Cepo Cambiario afecta a misioneros argentinos

 “CEPO CAMBIARIO” OBSTACULIZA SERIAMENTE LABOR MISIONERA DE ARGENTINOS EN EL EXTERIOR

Al igual que otros compatriotas en el exterior, misioneros evangélicos —que son sostenidos por sus iglesias de Argentina y llevan a cabo importantes labores evangelizadoras y humanitarias en otros países­­—, sufren en carne propia los serios perjuicios que han originado las medidas económicas que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner viene imponiendo desde el año pasado.

LAS SEVERAS MEDIDAS económicas que el gobierno nacional ha impuesto para evitar la fuga de divisas al extranjero, están afectando seriamente a numerosos misioneros evangélicos argentinos que, radicados en el exterior, llevan a cabo importantes labores de evangelización y ayuda humanitaria en algunos de los países más desprotegidos del planeta. Según investigaciones disponibles, hay por lo menos 700 misioneros argentinos sirviendo fuera de nuestras fronteras, muchos de los cuales, al ser sustentados económicamente desde la patria, ven drásticamente afectada su labor y manutención diaria.

Salieron del país contando con el apoyo financiero de sus iglesias, familias y amistades, pero desde el año pasado, con la serie de medidas que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner viene imponiendo, su situación se ha ido agravando con el paso del tiempo. Las puertas están cerradas para hacerles llegar el dinero que necesitan para vivir y para ejercer su misión. La Comunicación “A” 5330 (párrafo 3.10) del 26/07/2012 del Banco Central de la República Argentina, que dispone los casos en que se pueden hacer transferencias al exterior, en la práctica, es imposible de aplicar para una iglesia o agencia enviadora.

Toda compra que los misioneros hagan con sus tarjetas de crédito o de débito  sufre un recargo del 20 por ciento por parte de la AFIP (Administración Federal de Ingresos Públicos). No pueden extraer más efectivo de ningún cajero automático —al margen de que en algunos lugares tal servicio ni existe—. Si por algún medio se consigue enviarles desde la Argentina las ofrendas que se recogen con tanto sacrificio, estas deberán ser primero convertidas a dólares (a valor del “blue”), con lo que su valor original se habrán depreciado un 90 por ciento.

Por controlar el flujo de dólares y perseguir a evasores fiscales, nuestro gobierno castiga a justos por pecadores. A los de por sí magros ingresos que suelen percibir los misioneros, el cepo cambiario obliga a tener que valerse, adicionalmente, de incómodos artilugios para asegurar el necesario sustento material. ¿Qué tendrá que hacer el misionero Juan Rodríguez si quiere quedarse en África y seguir predicando a Cristo? ¿Y la misionera Ana Gómez para continuar con su  ayuda en los campos de refugiados donde ella sirve al Señor? La posibilidad de conseguir un trabajo remunerado se descarta por el alto grado de desocupación que tienen, y más que nada, porque la visa que les han dado no les permite ejercer ningún trabajo rentado.

Todos los intentos que se han hecho para encontrar una solución al problema, no han dado resultado hasta ahora. La AFIP y el Banco Central parecen no inmutarse ni acusar el impacto que están provocando a sus compatriotas.

Estos misioneros son mensajeros de paz, protagonistas de una labor descomunal. Viven con sus familias en la selva amazónica, el desierto subsahariano, la estepa siberiana, una isla del Pacífico, o sumidos en una populosa barriada de alguna urbe de Latinoamérica. Aprenden la lengua vernácula, se mimetizan con la cultura, les llevan esperanza y consuelo. Sirven con sus profesiones y oficios, son auténticos agentes de transformación. Donde no hay iglesias, las levantan; donde las hay, las edifican espiritualmente. Y aunque promuevan importantes avances en la salud, la educación, la justicia, el trabajo, la dignidad, muy probablemente ningún medio de comunicación se hará eco de ellos. Pero ahí están. Les mueve una pasión: Cristo y la predicación del evangelio, la única esperanza para un mundo que tiene los días contados.

Nosotros deberíamos comprender que sostenerlos (financieramente; sí, claro, ¡en oración también!) es un honroso privilegio y una solemne responsabilidad. La prescripción apostólica del anciano Juan, cuando hace referencia a los misioneros itinerantes de su tiempo, debe entenderse como un mandato que sigue vigente, aun cuando hayan trascurrido veinte siglos: “Nosotros [usted y yo] debemos hacernos cargo de ellos [los misioneros], para ayudarlos en la predicación de la verdad” (3 Juan 8, VP).

Poner palos en la rueda a la misión de predicar el evangelio puede acarrear la ira divina, no importan las razones que se esgriman ni las formas en que se lleve a cabo. Sucedió antaño con los profetas, con Jesús, con los cristianos de Judea y Tesalónica, y con el propio apóstol a los gentiles. Pablo denuncia: “Impidiéndonos hablar a los gentiles para que estos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo” (1 Tesalonicenses 2.16). Se desprenden de este texto dos verdades: la primera, que si se impide la predicación, los gentiles (los paganos, los no alcanzados) no se podrán salvar; y la segunda, que obstaculizar la predicación puede acarrear la “ira hasta el extremo”. Algunos comentaristas opinan que esta expresión hace alusión a la destrucción del Templo de Jerusalén, acaecida en el año 70 d.C. por las legiones comandadas bajo Tito. Así que obstaculizar la prédica del evangelio es cosa seria.

Uno esperaría que las autoridades facilitaran la labor de bien público que se realiza dentro y fuera de las fronteras. Pero no parece ser este el sentir actual, que aplica sin contemplaciones una ley uniformemente para todos.

Enrique Montenegro afirma con toda razón:

La historia nos enseña que los países que favorecieron la obra misionera a otras naciones fueron prosperadas decididamente, porque la clave de la prosperidad no consiste en retener los bienes del pueblo, sino en ser generosos. La Biblia dice cómo manejar los asuntos económicos, y promete bendición para quienes pongan en práctica su Palabra: “Prestarás entonces a muchas naciones, mas tú no tomarás prestado; tendrás dominio sobre muchas naciones, pero sobre ti no tendrán dominio” (Deuteronomio 15.1-6). Este es el secreto del crecimiento y la prosperidad de una nación; lo demás, es pura especulación y egoísmo, para enriquecimiento de pocos en desmedro de muchos.

Por supuesto que el cepo cambiario no afecta exclusivamente a nuestros  misioneros,  como decíamos, sino que también lo hace con otros incontables compatriotas, sean turistas, estudiantes, jubilados, pensionados, viajeros, etcétera. Que sepamos, sólo hay dos otros países en el continente que aplican medidas similares desde hace años, ninguno de los cuales ha logrado solucionar por ello sus problemas económicos. Ellos son Cuba y Venezuela.

Granada (España), 6 de mayo de 2013

Pr. FEDERICO BERTUZZI
LE 579.730

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